Podríamos haber pasado de largo como tantas otras veces, podríamos haberlo mirado en wikipedia o decidir no salir del aire acondicionado del coche, esa zona de Zaragoza al mediodía es matadora. Pero quisimos tocar.
Estábamos callados en el coche. Veía como miraba el móvil. Yo estaba pensando que quizá ver unas ruinas de la Guerra Civil en Belchite, o la casa de Goya en Fuendetodos no era un plan a la altura de los barcos que tienen los influencers de su instagram. Decidí hacer el tonto para animar el camino. No tardamos en empezar a reír, estábamos en medio de la nada intentando cantar una canción de Kanye West, poniendo voces estúpidas con ese Freeee que suena a Cristiano Ronaldo celebrando un gol. Animada miró por la ventana y dijo:
—Me encantan esos molinos, no puedo entender cómo hay gente que se queja de ellos.
—Bueno, me han dicho que de cerca son enormes.
—Sí, a mí también. Y mira que no parecen tanto desde aquí.
—¿Te has acercado alguna vez?
—No, ¿tú?
—Tampoco.
—¡Pues quiero verlo! —Pensé—. ¿Qué tiene de interesante? Quizá nada, pero si es tan grande quiero comprobarlo. Quiero impresionarme. Por algo La vida moderna, el programa de David Broncano, tiene una sección que se llama La ingeniería. Desde aquí no me hago a la idea. ¿Podré desviarme de la carretera? Quizá esté vallado. No va a querer salir del coche, es del norte, se nota que no soporta este calor.
Con una risilla tonta propongo:
—¿Vamos?
Escudado en la ironía puedes preguntar lo que sea. Supongo que esta es otra manera de entender el dicho de que entre broma y broma verdad asoma.
—¿Vamos? —Me contestó.
Encontramos un desvío y seguimos el camino. Empecé a ponerme nervioso conforme iban apareciendo piedras más grandes en el camino. A ella, eso le animaba, más piedras más aventuras.
Como si fuese un faro fuimos viendo la manera de acercarnos lo más posible a uno de esos mastodontes. Cuando estábamos relativamente cerca de uno de ellos vimos un poco de espacio en el camino para dejar el coche sin pisar ningún viñedo y decidimos aparcar.
Estábamos como a 25 o 30 metros de uno de ellos, pero esa distancia era campo a través y se nos hizo larga. Al principio preocupados por los cardos. Joder. ¡Todo pincha cuando vas en bermudas! Luego, ella, que iba delante, avisó de un mal mayor.
—¡Mira! ¡Casi me como esta telaraña!
Entre dos arbustos había una telaraña de unos dos metros. Fijándonos vimos que en su red había una mantis religiosa, buen tamaño para una presa, luego ya vimos la araña y lo entendimos. Yo creo que nunca había visto una araña tan grande al natural.
Menos mal que vio la telaraña. Lo ve todo. Me sorprende el interés que le pone a los detalles pequeños. Hace que me fije en cosas que sin ella no me fijaría. Me fascina su fascinación. Tratamos de hacer alguna foto decente con el móvil, pero no se veía nada y a mi no me estaba gustando mucho estar tan cerca.
Seguimos andando hacia el molino y tuvimos que esquivar dos arañas más. A esas alturas yo estaba esperando encontrarme alguna serpiente también. ¿Para qué hemos venido aquí? ¿Y si nos pasa algo por mi cabezonería de querer ver yo mismo ese cacharro?
Llegamos, fotos, los dos felices. Lo tocamos con miedo a una descarga o algo así. En medio de la nada un cacharro de esos parece algo espacial, algo de la Nasa. Impresiona, pero al final, como casi todo en la vida, lo mejor es el camino y que el recuerdo de ese día me aparece nítido cada vez que veo desde la autopista uno de esos molinos. Luego sonrío.
Cuento más cosas en la newsltetter.
He escrito esto porque a veces las RRSS se quedan cortas para retratar un recuerdo:
– Me han dicho que de cerca son enormes.
– Sí, a mí también. Y mira que no parecen tanto desde aquí.
– ¿Te has acercado alguna vez?
– No, ¿tú?
– Tampoco.
…
– ¡Vamos! pic.twitter.com/VCOdlykfWK— Íñigo Soler (@inigosoler_) 12 de septiembre de 2018
Como final, me he dado cuenta de que escribir este relato me ha ayudado a escribir el sobre mí de la web:
A nivel personal siempre he sido muy curioso. Quiero tocar las cosas, investigar, probar… no me vale con mirar. Esto me ha llevado a dar algunos rodeos y a equivocarme a menudo, pero siempre con el punto de satisfacción de saber que estoy buscando mis propias respuestas.